🎢 # 46 La montaña rusa de las criptodivisas y nuestros sesgos conductuales
Semana 46: Confundir conductas humanas con errores informáticos
Hola, soy Alex Rayón Jerez. De #bilbao y #millennial (por los pelos).
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📷 Una imagen
En el número anterior de Digital & Data, hablaba de lo que nos costaba a los humanos pensar en términos probabilísticos. Añadiré que también nos gusta conseguir cosas con poco esfuerzo o en poco tiempo. El descuento hiperbólico es uno de los que más nos nubla: un sesgo que nos explica cómo preferimos una recompensa inmediata en lugar de esperar para conseguir otra recompensa más grande en el futuro. Por eso las rápidas subidas que podemos observar en el mundo crypto es tan atractivo para ese sesgo conductual. Lo que no se termina de explicar en los cursos de “cómo ganar dinero rápido con las crypto” (tremendo la cantidad de recursos indexados que hay), es que el sesgo de supervivencia es otro muy peligroso. La historia la hemos tendido a relatar con los ganadores, que son los que sobreviven, y no tanto con los que perdieron o fracasaron. Como muy bien narra la gráfica que hoy nos acompaña y este reportaje de New York Times, la volatilidad de las criptodivisas es realmente alta, subiendo y cayendo mucho. En mi pueblo lo llamarían una “montaña rusa”.
📚 Cinco lecturas
Soy Ingeniero en Informática. Si me pongo pedante, diría que soy Doctor en Informática. Es fácil imaginar que si llegas hasta el último paso académico de una rama del conocimiento, esa rama te debe apasionar. Y, esa pasión, te trae sensibilidad. Por eso, cada vez que alguna conducta humana inapropiada se excusada como “un error informático”, uno, claro, se preocupa. Hace unos días, en el Congreso de los Diputados se votó la nueva Ley de Reforma Laboral. El diputado del Partido Popular, Alberto Casero, confinado en casa, votó telemáticamente, aparentemente, no por aquello que el partido le había pedido. Dijo que se debió a un “error informático”. Desde el Consejo General de Colegios en Ingeniería Informática de España (CCII) y el Consejo General de Colegios Oficiales de Ingeniería Técnica en Informática de España (CONCITI) ya han dado las pertinentes explicaciones para dejar claro que la informática no tuvo nada que ver.
Estos días Spotify ha sido noticia por dos cuestiones. Por un lado, se anunciaba el acuerdo con el FC Barcelona para que incorpore su nombre en el frontal de la camiseta del primer equipo masculino y femenino, además de la parte trasera de la camiseta de entrenamiento y el apellido del estadio (title rights). Por otro lado, se desataba una crisis de reputación tremenda al anunciar el popular músico Neil Young que eliminaba su música de una plataforma, la de Spotify, que da voz a la información antivacunas. Al movimiento también se han sumado nombres de artistas como Joni Mitchel, David Crosby, Stephen Stills y Graham Nash. Ambas cuestiones (patrocinio y preocupación por la salida de importantes artistas) tienen mucho que ver: Spotify gana dinero con las suscripciones que paga la gente por tener acceso al mejor contenido. Por lo que sin contenido, tiene un problema. Y para tener contenido, necesita una notoriedad pública en el “día a día” de la gente que proyecte a todas las partes. A diferencia de Google, Facebook o Twitter, que han hecho poco o nada para frenar a los antivacunas, Spotify no se puede permitir que el mejor contenido se vaya. Procter & Gamble anunció que se iba de Facebook y no pasó nada. La publicidad digital de Facebook o Google vive de los miles de pequeños anunciantes que no tienen alternativa. Spotify vive de los grandes contenidos que sí tienen alternativa (Apple Music o Youtube).
El “efecto Netflix” describe el auge en popularidad que están experimentando algunos juegos, deportes o regiones del mundo, cuando hay una serie o película que consigue mucha popularidad en Netflix. Ha pasado con el ajedrez por ejemplo con el éxito de Gambito de Dama. En este artículo narran el ejemplo del auge de la popularidad de la Fórmula 1 en Estados Unidos. Pero más allá de ello, el impacto en nuestra sociedad de Netflix me hace pensar la relevancia que han cogido estas plataformas de emisiones en nuestras culturas y sociedades. ¿Qué responsabilidad juegan? Si es verdad que son capaces de predecir nuestros gustos y aquello que va a triunfar, ¿queremos dejar la cultura en manos de unos algoritmos entrenados a sí mismos?
Microsoft ha adquirido Activision por un total de 68.700 millones de dólares. Videojuegos como el Call of Duty, World of Warcraft o el Candy Crush, serán ahora parte del imperio tecnológico de Microsoft. En estos mismos días, hemos sabido que Sony adquiría Bungie por 3.600 millones de dólares (el estudio que tiene Halo o Destiny) o que el New York Times compraba el juego viral de Wordle por una cantidad de al menos un millón (no se sabe la cifra exacta). ¿Qué está pasando? ¿Es el momento del videojuego? Tener un videojuego al final es poseer una comunidad virtual. Una comunidad que consume recursos de procesamiento (Microsoft, por ejemplo, hoy en día es una empresa de servicios en la nube básicamente) y una comunidad que interactúa muchas horas y de forma muy “motivada”. Introducir ahí modelos de negocio de compra de activos digitales (NFT) o incluso probar modelos de metaversos, no es difícil. Es cuestión de entender que ahí están los trabajadores y directivos del mañana. Visión y estrategia, vaya.
Los últimos avances en inteligencia artificial (concretamente, en redes neuronales), permiten falsificar imágenes con relativa facilidad. La tecnología que está por detrás ya la hemos comentado en este espacio en alguna otra ocasión: son los deepfakes. Más allá de montajes baratos hechos en Photoshop, hasta hace poco no éramos capaces de hacer algo medianamente natural. Ya no es así. Existen ya aplicaciones y programas gratuitos que con dos o tres botones, nos crean imágenes falsificadas. En los últimos meses se han empleado mucho para la generación de vídeos con contenidos para adultos, publicidad (ahí tenéis el vídeo de Cruzcampo y Lola Flores) o para hacer humor barato. De ahí no ha pasado la historia. Sin embargo, una nueva investigación realizada por la empresa de ciberseguridad Sensity AI, ha detectado incluso programas automáticos en aplicaciones como Telegram que actúan como un servicio. Les envías una foto, y te la pueden devolver manipulada completamente gratis. Esto abre un terreno realmente peligroso: los pagos de chantajes por no compartir imágenes íntimas, ya sabemos, es una industria bastante lucrativa en Internet. Si ahora le sumamos la capacidad de manipular una imagen para parecer cierta, todo apunta a que veremos un repunte de este tipo de delitos.
🔊 Un audio
En Kaizen podéis encontrar la entreviste que Jaime le ha hecho a Pablo Malo, a raíz de la publicación de su libro “Los peligros de la moralidad: Por qué la moral es una amenaza para las sociedades del siglo XXI”. No he tenido todavía la fortuna de leerlo. A Pablo le llevo tiempo siguiendo. Siempre me han gustado sus ideas. Tomar decisiones sobre lo que escribo, lo que leo o con quién trabajo, en una sociedad como la que tenemos, implica hacer concesiones morales. Es difícil buscar la pureza moral. En mi caso, intento hacer lo mejor que puedo las cosas y hacer el mínimo de concesiones. Pero no es fácil. La moral es un pegamento que une en sociedad, que nos dice qué es bueno y malo. Salirse de ahí, difícil.
💬 Un comentario en redes sociales
Poco que añadir de una empresa (la actual Meta) que tiene incluso una web en la Wikipedia para explicar la cantidad de problemas judiciales, sociales y éticos que tiene.
🎲 Una lectura aleatoria
Será cosa de la edad, pero con el paso de los años percibo cada más el "entretenimiento de la TV" como algo que no para de dañar la conversación pública. Que haya programas de TV que hayan conseguido que sus propios contertulios sean el medio y el fin (la vida del contertulio como fin en sí mismo), me parece una innovación espectacular, pero una degradación de la calidad y el interés por el conocimiento. El auge de los realities, un formato que muestra sucesos reales que le ocurren a “gente de la calle” o “ídolos de masas”, no es un buen síntoma. Apelan a los instintos más básicos del Homo Sapiens. En este contexto, este paper ofrece dos claras conclusiones: (1) Quienes estuvieron expuestos más tiempo a los contenidos de estos canales de TV del "show business", fueron más propensos a votar populismo; (2) A mayor exposición a ese contenido “básico”, peor percepción de la situación de criminalidad en el país. Ambas conclusiones son relaciones causales, no solo correlaciones.
Hace años que no veo la TV.
📰 En medios
¿Por qué es difícil escapar de Facebook? [Deia, 6/2/2022]
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